besos que condenan.

12.08.2024

— Me muero por besarte
— No podemos.
— Solo un beso y te juro, te juro que no volverá a pasar.

Me resistí mientras bajo el cielo estrellado mi amado jugueteaba con el deseo de poseernos. Sus hábiles manos paseaban por mi cuerpo, colándose por debajo de mis prendas, me negaba a mirarlo, lo deseaba tanto. Su índice paseaba por mi rostro como si sus dactilares trataran de memorizar la textura de mi piel, entonces se detuvo en mi mentón y lo elevó para que lo mirase. Mis ojos atentos capturaron aquella imagen de su rostro, en especial aquellos labios preciosos que se entreabrían esperando una reacción. Tragué saliva, porque ya me sentía como una tonta ante tanta resistencia, ¿aquellos labios podrían causar tanto en mi? No dejaban de provocarme.

Acorté distancia y pose mis delicados cerezos sobre una de sus suaves mejillas, inventé un caminito de húmedos besos que llegaron hasta su mentón, lo disfruté y me limité a ello. De pronto sentí un atisbo de decepción en su mirada, entonces se quejó.

—Alice, cierra los ojos. — Repuso con aquella voz ronca.

Confié y obedecí, sospechando de las intenciones.
En cuanto percibí la humedad de los labios adversos, sonreímos como dos adolescentes, en ese jugueteo aproveché para disfrutarlo un poco más, total, ya habíamos roto cualquier límite puesto antes. 
El muchacho deseoso lograba que sus bajos instintos lo orillaran a consumirme más. Me afianzó de la cintura para no dejarme huir, e intensificó el beso. Hasta que hubiese saciado no paró aquel hechizo que nos envolvió en uno. Soltando de a poco mi par de cerezos y dejando que solo nos uniera un hilo de saliva, que pronto se convirtió en aliento. 

— ¿Qué me hiciste, Alice?
— Brujería, quizás — Afirmé en tono burlesco.
— Necesito un poco más de ti.
— No podemos.

 Sellé sus labios con un último beso. Me correspondió silenciosamente en busca de más, pero su frágil corazón comprendió la razón exacta de mis palabras. ¿Era posible haber probado el cielo siendo un ser terrenal? Su ronca voz encogió mi corazón, aguanté las lágrimas que de mis ojos castaños querían brotar y lo enredé entre mis brazos, sosteniéndolo con fuerza, sintiendo su calor, regocijándonos en un abrazo. 
Estando en ese estado ya nos sentíamos tan cómodos en el infierno que un milagro no nos salvaría. 


© 2024 El Blog de Beatriz Cuesta. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode Cookies
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar